En todos los labios había risas, inspiración en todos los cerebros, amor en cada una de las personas que me rodeaban aquella noche. Por momentos creí tomar las riendas de mi inconsciente. Por momentos noté que tan indefensa podía llegar a ser. Siquiera podía permitirme cerrar los ojos, si lo hacía estaba expuesta que profanara el sentimiento nacido del dolor y la ternura. Me contuve. Pinté una sonrisa sobre mis labios y fue tan poco verdadera que podría apostar que si alguien hubiera estado mirándome, con delicadeza habría soltado una sutil carcajada.
Flotaba un poema de amor y amargura en cada bocado que llevaba a mi boca, nunca había tenido tantas ganas de desaparecer. De fondo sonaba una vieja canción que conocíamos "habla poco claro, pero nunca habla de más" mi sistema nervioso ordenó bajar los cubiertos y le exigió a mis ojos que se cerraran. Por un efímero momento los nudos en la garganta golpeaban todas las paredes de mi cuerpo. Cómo pude tomé un vaso de agua y con el se diluyeron. ¿Como te ha ido? escuché, quise hacer oídos sordos para no tener que responder pregunta tan absurda. Pero no me quedó más alternativa que fingir una sonrisa política y perfecta, tragar los nudos, aparentar serenidad y responder: Bien. Jamás había necesitado como entonces un poco de nicotina para que esta vez realmente la serenidad se apoderara de mi.
Me levanté de mi mesa, y vi que una pared decía "Fumadores" por momentos me sentí nefasta, no quería pertenecer a esa categoría. Pero no pude retractarme y tras unas pitadas obligadas, meramente asquerosas. Volví hacia el sitio que estaba. Mi mente me pasaba recados para no apartarte siquiera dos milésimas de segundo.
Exquisito, profundo y verdadero. Doloroso por momentos, pero en ese instante eras mi mejor aliado a pesar de que no pudiera llevar una cena con mi familia de forma habitual. Miré hacia mi costado y te extrañé tanto, que aún recuerdo el sabor de ese trago amargo al que tuve que recurrir para no levantarme nuevamente de mi silla y generar sospecha alguna de que no estaba en mejor estado anímico. Una vez terminada la actuación, era hora de irnos. Sería redundante si mencionó que te adueñaste de mi regreso a casa. Una vez en mi habitad, mi dormitorio, mi cama y mis ganas de explotar. Dejé caer mi cabeza sobre las cinco almohadas que tanto criticabas, y en un abrir y cerrar de ojos, mi cuerpo apuntó hacia la pared. Y nuevamente extrañé tanto que estuvieras allí. Por momentos al pestañear veía un par de puntos asomándose por la pared. No tenía una gota de estupefacientes en mi, excepto aquel desagradable cigarrillo que aún me reuso a recordar. Solo tenía diminutas ganas de dormir. Diminutas ganas de poder enviarte un precario mensaje, pero dudé de que tan reciproco pudo haber sido ese mensaje, por lo cual los intentos solo fueron miradas provocativas hacia mi celular. Estoy al tanto de tu gran orgullo poco inspirador. Y un tanto desalentador.
Esa noche me quedé dormida entre pensamiento y pensamiento. Recuerdo haberte soñado. Hoy abrí los ojos y no tuve opción, te convertí en el primer recuerdo del día. Que complicada que se torna la existencia en épocas de desamor. Hoy leí en alguna parte que aunque nos olvidemos de olvidar, el recuerdo nos olvida. Me reí al comprender la frase, me pareció estúpida de hecho. Pero ahora desearía poder creer en algo, siquiera en el. Aparte de mi conciencia y mis mundos utópicos no hay nada que se le asemeje, nada que erradique los nudos de mi garganta por completo. Nadie como tú.
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