Un grito desautorizado se me atascó en la garganta y no pude gritarle "quédate". Tuve que cambiar las lágrimas por una sonrisa. O tal vez lágrimas y sonrisas hicieron una comunión para unirse y hacerme fuerte.
Me levanté, portazo a la heladera que ya sabe de mis ataques repentinos. De mis olvidos o mejor dicho de mis recuerdos tardíos. Tarde, siempre tarde. Mientras degustaba el sabor dulce de tus besos en mi pensar, me di cuenta que hay muchas formas de ver la realidad, el tesoro de uno puede ser la basura del otro.
Continué, paso tras paso, frazada sobre frazada, cama tendida. En verdad odio quedarme sin algo cuando ese algo se transforma en el eje de mi alegría, un aliciente de la rutina o incluso de la tristeza. Es como ser fanática de algo o de alguien.
Sumamente ridículo, pero necesito creer en algo. Porque es una forma de pertenecer a algo, de darle sentido a tu vida cuando está vacía aunque creas que está tan llena "porque soy una persona re ocupada y tengo una vida plena".
Y así transcurre mi rutina sobresaltada y abrazada por la conciencia, deseando terminar y comenzar por sentarme a escribir con el lado izquierdo. Por comenzar a sentir.
Suena el timbre, y una avalancha de personas me ofrecen sus servicios innecesarios. No tuvieron que insistir demasiado, me lo pidieron con una sonrisa rígida tan políticamente correcta pero tan cortés al mismo tiempo, que no pude negarme. Si me hubieran puesto una pistola en la cabeza hubiera sido lo mismo. El grado de hostilidad en sus sonrisas era directamente proporcional a la espera de mi "si, claro".
Y concluye, y mis pilas recién puestas se agotan. Buscando innovar, escribir lo que no está en los libros escrito cientos y cientos de veces con distintos matices, buscando esto.
Al final del día, en este preciso momento hay un instante en donde caben todas las barajas de la angustia y la desesperación y disfruto. Disfruto como se disfruta un suspiro profundo.
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