Hoy la densidad de mi té baja a paso lento, pausado. Siquiera puedo percibir si disminuye o está estática.
A mi izquierda una guitarra, a mi derecha nosotros. El espejo de mi habitación juega conmigo, me invita a la autocrítica, a la verdad. Pero dentro de mi estómago los insectos que tomaron mis órganos me muestran lo que todos queremos ver, lo que yo quiero ver.
Un bostezo inoportuno me dice que debo dejar de soñar con los ojos abiertos, con tacto me advierte sobre los peligros de confiar. Suspiros contagiosos me recuerdan lo lindo de tus ojos. Y como reacción contradictoria ambas partes comienzan a sostener su verdad.
Voluptuosas ganas de que me gane la vigilia. Para no tener que enfrentarme cara a cara con el lado más débil de lo reciproco. Miedo, le dicen algunos. Estupidez, le digo yo.
Tengo tantas pocas ganas de sentir, o mejor dicho tantas pocas ganas de recordar lo que sentí. Pero a su vez infinitas ganas de que me leas y refutar tus teorías sobre lo imposible del amor. Tú me lees porque piensas que te escribo, lo cual no está mal. Ya que es sumamente cierto. Pero yo te escribo pensando que me lees, lo cual es terrible. La dependencia emocional es el peor error humano. Pero gracias a algún ser sobrenatural, no me volví dependiente de tus palabras, porque no dices nada. Pero lo que es aún peor, me volví dependiente de tus ganas de sentirme.
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