Hace un par de errores atrás, supuse haberme encontrado conmigo misma. Elegantes melodías acariciaban mis oídos, pero el golpe todo quiebra. Las partituras ardían. La primavera crónica en la que estábamos sumidos se resquebrajaba y el frió inundaba cada poro.
Los pasos se alejaban y no existía el recuerdo dulce.Me refugie en lo que creí que era, en mi misma. Mientras que hibernaban mis emociones, mi piel armaba sus valijas y me volvía una ególatra intolerante a las caricias. Victima de una tormenta efímera, un sosiego inminente y una hoja en blanco.
El calendario envejece a ritmo pausado, y arrastra consigo las enérgicas melancolías. Lo trivial se vuelve cotidiano y una vez más, el ciclo vuelve a iniciar. Optaría por desandar lo caminado, o borrar huellas. E incluso colocar los acentos en las palabras que carecieron de fuerza, pero no es posible tanta cobardía acumulada. El pretérito imperfecto yació sobre el resplandeciente pavimento. La vida nos estrujo con ímpetu, y ahora vivimos con el acierto que nos faltó en aquel instante. Todos idolatramos el bien y sin embargo nos envuelve el mal. Todos defendemos la verdad y dependemos de la hipocresía. Tanto así, que nos inclinamos como moralistas y humanitarios cuando en el fondo todos contribuimos para formar la misma porquería.
Que complicado se nos hace encontrarnos a nosotros mismos, nos pesa tanto la imperfección que acabamos por comportarnos como perfectos humanos. Inútiles. Asumir que lo somos, debe ser la tarea más difícil en materia de dificultades infecciosas. Trazamos una vida de tiza, con carbón.
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