Abrí los ojos y dejé de imaginar. Perpleja por el golpe de realidad apenas me podía sostener. Un eco sutil y silencioso resonó entre las paredes oscuras de mi apabullado ser. Y con sutileza y curiosidad preguntó, ¿Por qué escribes? Rodaron sobre la hoja sinceras respuestas que no pude detener, escribo porque en fuga escapa la razón, respondí.
Apagué la luz, y dejé que mis pensamientos se suspendieran en el aire.
¿Que es el uno y que es el todo? reflexiones que suelo tener antes de quedarme dormida, quizás por eso suelo irme a dormir tarde. Por el miedo a esos momentos en los que solo me escucho a mí misma.
¿Por qué escribo? volví a preguntarme, quizás sea para zafar de estas ideas trasnochadas y escribir catarsis fruto de la redención. Y que la oscuridad otra vez sea aprisionada entre mi pupila y el mundo exterior. O sencillamente escribo abstraída y sumida en lo prohibido del tenue susurro de tu voz.
Tal vez escriba para pretender ser mejor que esa inconstante impostora que me mira desde el espejo. O para que una parte de mí, viva para siempre.
Los matices grises de mis lápices lastiman las heridas que aún duelen estando cicatrizadas. Fragmentos esquematizados sobre las hojas rayadas me advierten que nunca sabremos cuando bueno o cuan malo es el momento, hasta que tenemos que recordarlo.
La reflexión al crear, finalmente me hará darme cuenta que desde el inicio, no se trataba de aquel tono claro o aquel tono oscuro de la vida. Todo cobra sentido, al dejarte deslumbrar por los hermosos matices ignorados de la tan temida conciencia.
Incluso canjear disputas cotidianas por letras, me llama aún más al deseo de escribir. A falta de una reacción, un texto. Por eso no puedo pedirme a mi misma, ni a mis manos que no escriban. No puedo quedarme sentada con la mirada perdida. Imbécil como una invitada, invicta como una idiota.
Solo quiero preguntar a quien responda, ¿por qué escribo?.
Cerré los ojos e imaginé no abrirlos jamás para no dejar de imaginar.
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