Su habilidad de conversador era capaz de dar interés al tema más vulgar, menos brillante y más socorrido. Hablaba con una facilidad llena de corrección y de espontaneidad. El curso de la conversación con frecuencia se desviaba entre tantas anécdotas tan certeras como ordinarias, que pudiesen surgir, y enzarzar a cualquiera que fuese parte de la misma.
Sus gestos dulces y sutiles refutaban cualquier esperanza de poder conservar la compostura y mantener el ambiente en términos amistosos.
Eludir su presencia habría sido un acto de profunda maldad. Un acto sumamente contradictorio a los intereses comunes de mis órganos. Gozar de sus confidencias fue el placer más eterno y menos desesperante del que tuve el honor de sentirme parte.
Un ser liberal y orgulloso pero con un exceso condesciende de generosidad, capaz de intimidar por sus maneras altivas y solemnes. El caso es, que todos lo ven como desea ser visto. Puro, feliz y real.
La aspiración de muchos hombres sobre nuestro gran globo terrestre. El único ser que hoy provoca en mi la necesidad de enfrascarme en hondos pensamientos De quien me tomo el atrevimiento de solicitar su atención, cada vez que los acontecimientos toman caminos interrogativos plagados de incertidumbre. Buscar en el caudal de su pensamientos más profundos la verdad, me reconforta.
La serenidad de su porte y la calidez de su semblante no podrían inducir en nadie un sentimiento de indiferencia. Nuestras enemistades fueron y serán nuestros mejores acuerdos. A pesar de que su modestia natural lo haga creer más en mi criterio que en el suyo propio.
Lo cual no es una molestia, es una cordial bienvenida a disfrutar de los rasgos de su carácter. En los que claramente no se encuentra bien posicionada la desconfianza. Y se destaca con presencia y postura la afable delicadeza masculina.
El tacto y la cordura de su replicar cuando algo no está en su misma sintonía. La ternura contagiosa con la que sus brazos me rodean la cintura. Me invade la inconsecuencia, pero cualquier rastro de extravagancia se retira ante su prepotente sencillez. Y cualquiera sea el sonido que se escabulla por la cárcel de mis labios se transforma en palabras vagas, sin realidad concreta. Lo único real cada vez que no me privo de su presencia es el roce de nuestros labios.
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