Los cuerpos quedan tan enteros como esparcidos en trozos difíciles de reconocer, incluso difíciles de juntar hasta por nosotros mismos. Empapados hasta los huesos aunque estemos secos. Amortiguando los tropiezos por las dudas de que nos fuésemos a romper. Y de todas formas nos hacemos trizas y hacemos de nuestro interior una recopilación de pedazos. Dolores punzantes me atravesaban el estómago, no había vómitos, no había cortes, no había nada que pudiese funcionar de forma correcta. Solo aguanté y disfruté el descanso entre dolor y silencio.
Se cree en la paz porque se siente por segundos efímeros y precisos. Y a su vez se sabe que nunca es para quedarse.
Nada parecía estar hecho para quedarse. Pero entre los resquebrajosos escombros de lo que no había flotabas, a la deriva entre la cicatriz de mi hombro y el lunar de mi espalda. A veces veías venir la tormenta a estribor, otras ni querías mirar la situación estelar. Sólo deseabas navegar, naufragar sin tener siquiera uso de una brújula para hacer una pausa y ordenarte en tu desorden.
Una parte de ti ancló en mi pecho, y otra aún flota por mi cuerpo con total libertad. Y tienes toda mi autorización para quedarte cuanto tiempo desees. Cuanto tiempo desees mantenerme en esta pequeña isla que construimos con cimientos sólidos. Lejos de volver a naufragar, a la deriva y en perpetua soledad.
Justo donde siempre quise que alguien trazara su propia corriente. Y despertar cada día, en guardia. Porque sabes que en cualquier momento vas a volver a naufragar. Pero aún así, si tomas mi mano no le temo al mar.
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