Un trago amargo de café me estabiliza en medio de la pos guerra. El ruido de las palabras me va dejando el corazón y la cabeza en silencio. El vidrio empañado de mi ventana retoma minutos anteriores, y me fugo de mi existencia para sumirme en la tuya. Y de repente ya no es la gravedad la que me sostiene a la tierra, de repente tú me sostienes. Dejando de lado la moral, la ética. Fluyendo a fuerza del deseo de nuestros impulsos. Nos escapábamos de nuestros cuerpos a través del tiempo y nos reencontrábamos en un mundo discreto y decente, donde el amor era una necesidad de alma y no un capricho humano. A unos pocos centímetros de los míos, tus ojos brillaban en la más plena oscuridad. Tus brazos rodearon mi cintura con la delicadeza de una sutil carcajada. Y tus manos siguieron el curso de los senderos de mi espalda. Lo mejor no era la caricia en si misma, si no su continuación. Sonreíste al ver que yo no protestaba, y acercaste tu boca a la mía. El primer contacto fue solo eso, un contacto muy suave. Suspiré y tú sonrisa se acentúo. Segundos después enredaste tus diez dedos en mi pelo y mi presencia psíquica tomo la mano de la tuya, fugándose así hasta lo más profundo de los límites pasionales. Podía oír como las gotas golpeaban los vidrios brutalmente, y aún así nada en ese instante me habría parecido brusco.
En tus labios encontraba paz, me encontraba. Esos eran los segundos que mi piel hubiera deseado congelar eternamente. Apreté tu mano con tanta fuerza que por momentos temí cortar circulación alguna. Pero aunque la intensidad superara cualquier tipo de restricción, todo y absolutamente todo estaba dentro de los parámetros de la suavidad más atípica, que había tenido el placer de conocer.
Exhalabas la pureza de la raza humana que luego yo tendría el honor de inhalar. Jugando a los incógnitos nuestros únicos espectadores eran los árboles, que nutrían su naturaleza de la nuestra.
¿Qué estás haciendo conmigo y con mis sentidos? Te pediría que me devolvieras el control sobre mi misma, pero sería como tener los mejores naipes y no saber jugar el juego. Inútil. No hagas uso sobrevaluado de tu poder, ni de mi inestabilidad ante el calor de tu tacto. Ya me es suficiente admitir que construyo mi imperio bajo el régimen de tus caricias.
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