No aspiro a una suplencia a corto plazo, ni mucho menos a un vals de cinco minutos. Tampoco a una eternidad fructífera e inevitablemente duradera.
No pretendo de nosotros un fragmento de Jane Austen. Ni dos milésimas de segundo fingidas.
No quiero hablar de ti y de mi en tercera persona, como si ignorara por completo que cada una de estas palabras están grabadas con tu nombre.
No quiero transformarte, ni pintar encima tuyo como si fueras un lienzo en blanco. Cuando sos inmensamente rico en cualidades. Cuando sos mi mejor párrafo. Cuando tienes más contenido que cualquiera, cuando sos tú y cuando sos mio.
No quiero ser un trozo de papel, ni una etiqueta. Tan siquiera quiero ser lo más exclusivo que tengas. Quiero ser un poema, un gesto, una sonrisa. Quiero ser tuya.
No quiero segundos, ni minutos, ni horas. Contigo el tiempo no existe, contigo los relojes dejan de fluir y se congelan. Porqué el tiempo es un invento más de los cuales como ser humano no estoy orgullosa. El tiempo, son límites. Restricciones. Barreras que nos impiden vernos los unos a los otros como iguales.
Por esa razón lo mantengo excluido de nuestro círculo. Porqué en vez de pensar en cuanto tiempo nos queda juntos, prefiero predecir cuantos serán los suspiros que me robes.
Y entre tantas otras cosas que no quiero, no quiero pararme a un lado de mi vida y ver que gracias a mi estático modelo de análisis, contuve mis palabras y no te dije cuando debía lo mucho que te quería.
No quiero, ni siquiera pienso en contenerme si estás acá. Para sostenerme si tropiezo, para recordarme porqué puedo confiar en ti con los ojos cerrados. Para darme la calidez de tu abrazo, para darme calma.
Y sobre todas las otras cosas, no quiero que te muevas ni medio centímetro fuera de mi caja de sonrisas.
Quédate, prometo ser yo misma.
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